
Am I just another hypocrite? la tonada ska de The Specials inunda mi mente y me somete, sus melodías, las voces, los instrumentos, todo tiene sentido hasta que termina la canción.
Las conversaciones se vuelven ecos que prometen y a veces olvido lo que puede llegar a suceder cuando conversas a prisa y sin ganas, mientras tienes que correr para quedarte atorado en el tráfico y mientes, “tengo que llegar temprano” “tengo una junta” “estoy bien”.
Ella sabía perfectamente lo que era mentir, nuestra historia empezó como un cuento de hadas. Cada que alguien nos preguntaba cómo nos habíamos conocido mi chica comenzaba con “Había una vez en un reino muy, muy lejano…”
El “reino muy, muy lejano” era un bar de 7 pisos en el que cada nivel hacía referencia a un pecado distinto. “Era un lugar mágico” continuaba ella “la princesa vivía en lo más alto de la torre, en el último piso” la realidad es que yo ni siquiera había ido en plan de buscar una princesa, yo misma, que acababa de ver como a mis ojos se desteñía el azul del último príncipe con el que quise escribir mi historia estaba a toda costa entablar una nueva relación. Pero para Natalia, “la de los eternos caireles castaños” los cuentos de hadas todavía eran reales.
Hicimos planes, mi familia se opuso al principio, pero en confidencia, mi abuela acertó a decirme que ya todos se lo esperaban, que mi madre incluso pensaba que salir con tantos chicos era solo una fachada para esconder lo demás.
No supe si ese comentario me dolió o me dio risa primero, yo pensaba hasta conocerla a ella que era “normal” aunque, besar a una mujer no me era extraño, la realidad es que nunca había experimentado el amor de esa forma, éste era profundo, real, no éramos amigas pero llegamos a serlo. Yo sabía que lo que sentía era como si alguien hubiese recompuesto mis moléculas y me había enseñado el amor en su más pura esencia y Natalia también lo sabía, así que seis meses antes de terminar la facultad nos fuimos a vivir juntas.
Su mamá era un amor, siempre consiente de las necesidades de su hija, sin juzgar sus decisiones, era todo lo que yo creí que una madre debía ser “Con razón Natalia sabía tanto de esto. Con razón Natalia sabía tanto de aquello” Pensaba yo. Todo iba de maravilla. Éramos Lilith y Eva, los adanes y los príncipes azules salían sobrando.
Las noches bailando ska y reggae se volvieron nuestras, Natalia enloquecía con los sonidos, y su corazón latía al ritmo de cada canción. Yo escuchaba muy poca música, yo era más de sentarme horas viendo películas clásicas pero como el amor es muy grande, comencé a escuchar a grupos como Toots & The Maytals y me di cuenta que Hibbert era un genio.
Graduarnos de Negocios internacionales era sencillo, lo difícil era decidir dónde vivir, si iríamos a Dublín o nos quedaríamos en México. Nunca me había parecido que estuviese tan arraigada a mis raíces como entonces, Natalia tenía otros planes, como siempre, le seguí la corriente. Fuimos a visitar a su madre por primera vez, ella siempre venía en vacaciones de diciembre porque decía que le gustaban más mis fiestas. Además, era hija única y los abuelos de Natalia habían fallecido hace unos años. Esa era en parte la razón por la que nos mudaríamos el año entrante.
“¡Tienes que conocer a todos en Dublín!” me gritaba con su pintoresco acento, “¡no más cerveza Guiness, solo lo mejor para mi chica!”
Sobra decir que yo estaba super nerviosa, Natalia estaba extasiada y yo buscaba no preocuparla, pero yo no tenía empleo y no sabía si podría conseguirlo tan rápido. Ella confiaba en que nos quedaríamos con su madre, yo, pensaba que eso era demasiado, pero al buscar los precios de renta, no me quedó más que aceptar.
Sobra decir que mi madre, una católica formada en colegio de monjas, estaba al borde de la histeria. Por suerte tenía a mi “Lita” para ayudarme con ella, le bajó los nervios con un tecito y Natalia y yo pudimos hablar con ella. Natalia se reía siempre tan francamente, creo que eso fue lo que más amaba de ella, sus dientes apretujados y blancos, su cara roja y sus ojos verdes, hacía honor a su nombre.
Antes de irnos a Dublín, Natalia pidió que fuéramos al bar donde nos conocimos, “por los viejos tiempos” dijo. Yo acepté, la idea me parecía muy buena, seguramente habría muchos bares allá pero ninguno como nuestra “Torre”.
Cuando llegamos al bar, estaba todo muy callado y casi no había gente en la entrada, Natalia me miraba divertida, subimos hasta el último piso y al salir a la terraza entendí todo, empezó a sonar Dreams y Natalia se hincó ofreciéndome una caja verde de terciopelo, dentro había un hermoso Claddagh de oro blanco, el corazón llevaba una esmeralda incrustada. Natalia tomó mi mano izquierda y lo colocó gentilmente en mi dedo. Yo temblaba. Todos vitoreaban, el cuento de hadas resultó ser cierto.
Visitamos todos los bares, planeamos nuestra boda para el siguiente octubre, al ser ambas católicas fue sencillo, solo agregamos un poco más de verde y preciosos símbolos a los anillos.
Llegó el día de la boda, (su madre nos separó la noche anterior para evitar la mala suerte, así que Natalia durmió abajo y yo en su cuarto) Lo último que recuerdo es abrir la puerta de la habitación y encontrar a su madre llorando y las sangre por todos lados, la escalera, el pasamanos, las paredes. Natalia estaba en el suelo frente a la puerta, su madre no paraba de gritar cosas que yo no entendía, la llevamos al hospital, ambas traíamos el vestido de novia. De entre todas las cosas que dijo la mamá de Natalia, repetía athair una y otra vez, lo mismo al hablar con la policía. Yo no entendía nada.
El padre de Natalia había recibido la noticia de la boda y decidió visitar a su hija por primera vez en diez años. Natalia mintió, dijo que su papá había muerto, pero en realidad había estado en la cárcel por asesinar una pareja de homosexuales.